Image Map

martes, 16 de octubre de 2012

Aquel que no puede ser escondido

Hola, vamps. Buen comienzo de semana. Pasó a decirles cuando comenzaré a publicar: cuando tenga, por lo menos, 10 seguidores. Una meta grande, ¿no? Pero necesaria. Aún así, publicaré varías cosas para no tener el blog abandonado. Y para muestra un botón. 
Durante los dos semestres (tan poco) que he cursado mi carrera he escrito mucho, pues es parte importante de ella (por eso entré), y entre tantos escritos que he presentado tengo mi favorito, y este es: "Aquel que no puede ser escondido". El propósito del trabajo era crear un texto descriptivo de dos paginas en la que no usáramos adjetivos (aunque sí usé un par), además, este ejercicio debía enfocarse en alguien a quien admiráramos y... ¿quién mereció este honor? ¡Lestat de Lioncourt! Sí, sé que es un personaje ficticio y que debí hacerlo sobre Anne Rice, pero Anne ya tendrá su oportunidad, pues no pude pensar en un personaje que más admirara. Ahora, les dejo el escrito y les deseo una buena tarde. 




Él se mueve en las sombras como parte del halo de la noche que solo posee a la luna para iluminar con un reflejo de tono azul o plata las callejuelas de una ciudad que se hunde en el pecado.
Él retoma los secretos de una cultura que se pierde en el olvido de aquellos que hicieron parte alguna vez de ella y los saca a la luz con la mirada llena de cinismo.
Él los hace enfurecer y se regocija en su victoria temprana sin pensar en las consecuencias, sin imaginar las posibilidades que podría conllevar aquello, sin preocuparse por su vida o la vida de los mortales que aceptaron, sin saberlo, ofrecer al mundo un nuevo dios: él.
Él toma con fuerza a los inferiores y los aplasta, revelando su cuello para saciar su propia sed con el líquido que corre lleno de vida hasta que es exhalado el último suspiro y la luz se apaga en los ojos con rapidez.
Él roba la fuerza y la guarda para sí, rejuvenece, obtiene la eternidad que suele despreciar.
Él se mueve en soledad, se queja por ello, después se jacta, grita lleno de ira por aquel que un día le condenó y por aquellos que le abandonaron, unos por capricho, otros por la muerte.
Él escupe en el rostro de aquellos que también surgieron de las tinieblas y se ven atados a la noche gracias a los padres que contrajeron al demonio de la sangre.
Él besa las estrellas, él corre por el cielo, él se hunde en el deseo; él es frío como el hielo, árido como el desierto, sublime como el Hades.
Él se levanta con los cabellos hechos oro, de corona obtenida en pirámides, y avanza con palidez de fantasma por las cuevas inundadas en el silencio hasta llegar a la superficie donde renace cada noche y se entrega al mundo de la fama.
Él no puede ser escondido, se revela solo para caer en el abismo de los fanáticos que sostienen carteles con su nombre y empujan a todo aquel que se interponga en su camino solo para lograr rozar las yemas de sus dedos con la chaqueta de cuero que carga sobre sus hombros.
Él ha sufrido las desdichas de una familia con poco dinero y muchos títulos; él peleó con una manada de lobos, atrayendo a un ser de la noche; él estaba lleno de luz, solían decirle, pero se consumió por la oscuridad cuando su lengua tocó por primera vez la sangre de un inmortal.
Él sufrió las penurias de un ser sin rumbo ni mentor; él tuvo que tomar las cenizas de su creador y arrojarlas lejos de la edificación después de verle entre llamas; él se deslizó en el que fue su nuevo hogar y reposó sobre la seda del ataúd que sería su cama; él se alimentó como si no hubiese mañana y se olvidó de la discreción.
Él se comportó como mortal, se deshizo en atenciones para la tropue de teatro a la que perteneció alguna vez, continuó enviando cartas a su madre hasta que esta se decidió por visitarle. Él vio el atisbo de muerte en los ojos de la última cuando la sangre brotó de sus pulmones, la transformó para sí movido por el amor que sentía en aquel momento por ella.
Él se consiguió aquella compañera, aquella amante, aquella mujer de carácter que le acompañó en los años venideros mientras él se dedicaba a buscar un maestro que pudiese enseñarle todo lo que su creador no le había enseñado.
Él vio alejarse a la mujer y llegar al maestro con simetría de danza, y conoció a la reina que le recibió en sus brazos y le dio a beber su elixir que lo prepararía para las muertes que le sobrevenían por la libertad, pero que no podrían acabarlo.
Él convirtió a un par, y el par lo mató un par de veces. Él renació de las cenizas como un fénix del averno, se alzó de nuevo sobre los mortales, y estos le dieron la fama y los admiradores y la posibilidad de despertar a quienes yacían entre el sueño y la sed en las entrañas mismas de la tierra de los muertos.
Él los atrajo con su música, los cautivo con su voz. Él es el dios que no puede ser escondido, es el dios que le entrega al mundo su rostro y su identidad para deleite de los que deben ver para creer y admiración de los que no necesitan pruebas para entregar su fe.
Él se mueve entre sombras, bebe de la avaricia y la crueldad y se regocija en ellas, absorbiendo y alimentando su espíritu ahora oscuro con los pecados de la ciudad del abismo en el que cae la muerte con un remolino que se quedará allí hasta que se haya deleitado con el sabor de los que pisan la tierra por la que él ha caminado.
La muerte es vida, y tras la muerte no hay nada. ¿Qué es la vida, entonces, cuando estás muerto?
¿Él? Hay que detenerse con aquello de ‘él’. Yo soy el vampiro Lestat.

No hay comentarios:

Publicar un comentario