Jamás me vi en la penosa obligación de tomar una libreta para llevar un diario de campo de una investigación; mi memoria es prodigiosa, las pistas siempre eran bien guardadas como evidencia y mi renombre me era suficiente frente a una corte a la hora de acusar a alguien; no tenía la necesidad de llevar ningún escrito que me respaldara de una forma u otra a menos que este fuese parte de las pistas y no hubiese sido escrito por mí. Pero después de los acontecimientos que se han presentado desde el comienzo de la investigación de los asesinatos y desapariciones me veo en la obligación de comenzar uno, no porque necesite recordar algo, sino porque deseo que alguien tenga la oportunidad de enterarse de lo acontecido y culmine con la investigación si algo llegase a pasarme, que, ahora, es una posibilidad bastante cercana.
Por ello,
comenzaré por dejar en estas primeras páginas mis registros de la primera
semana que fue, en sí, la menos ajetreada de todas.
Quizá tras el
registro de datos quien se disponga a leer este diario comience a pensar que
más que una brillante jovencita de La
Docta, no soy más que una vil niñata que perdió los estribos y su camino al
manicomio; pero he de rogarle a esa persona que, por el Dios en el que he
comenzado a creer, reconsidere los hechos aquí narrados; y si después de ello
continua pensando que he perdido mi sensatez, al menos, por mi memoria y la
memoria de las almas que he ayudado a descansar en paz tras sentenciar a sus
asesinos o captores, le pido lleve siempre consigo un crucifijo como
protección.
Durante dos
semanas se presentaron una ola de asesinatos y desapariciones en Córdoba que,
al culminar el último domingo de las mismas, reunió 18 víctimas, un número considerable teniendo
en cuenta el tamaño de la ciudad, aunque predecible tomando las cifras de los
visitantes anuales, en su mayoría peregrinos. Las víctimas se dividieron en 11
muertos y 7 desaparecidos, todos de clase alta y entre las edades de 16 y 24
años.
La policía
tomó ambas cosas como hechos aislados antes de recurrir a mis servicios, pero
las coincidencias entre los crímenes eran muchas y simplemente no podía verse
como obra de delincuentes diferentes. Primero que todo, las edades y la cuna de
las victimas las unían de una forma más que obvia; segundo, todos los cuerpos
eran de hombres y habían sido encontrados cerca de sus casas unas horas después
de desaparecer; tercero, todas las víctimas, incluso las desaparecidas que solo
eran damas, habían sido vistas por última vez en los alrededores de la iglesia Compañía
de Jesús… ¿Coincidencia casual? Era ridículo pensarlo.
Tras tener
claros esos datos me vi en la obligación de comenzar con mi trabajo de campo.
Hablé con quienes habían visto a estos desafortunados por última vez, sin
obtener ninguna declaración de utilidad, y me di a la tarea de recorrer un par
de veces los exteriores de la iglesia, analizando cada centímetro de la
edificación hasta encontrar la que sería mi primera pista: atados fuertemente
estaban escondidos 7 crucifijos escondidos tras unos arbustos; unos de madera
tallada, otros de aleaciones de metal, algunos de plata, otros con joyas…
Visité, entonces, la casa de cada mujer comprobando que los crucifijos les
pertenecían pues se trataba de familias muy católicas; sin querer dejar nada al
azar visité las familias de los que habían pasado al siguiente plano,
comprobando que ellos también eran católicos y que quienes llevaban crucifijos
antes de su desaparición y muerte habían sido encontrados con los mismos algo
averiados a unos metros del cadáver.
Siguiendo las
creencias de las familias y considerando la escena del crimen decidí cubrirme
con un velo negro, ponerme un vestido que odiaba del mismo color, y asistir a
una misa en la iglesia Compañía de Jesús. Me quedé de pie durante toda la
ceremonia, en el fondo del lugar. Desde allí observé a cada persona retirarse
hasta que el bello y fino lugar quedó casi vacío por completo; me adelanté
hasta el altar caminando con la cabeza gacha por el costado derecho, fingiendo
que observaba el blanco piso pulido y no al sacerdote que ordenaba el lugar.
–Padre–susurré
con un tono de voz dulce y queda, un tono que difería mucho del mío–¿Puede
usted… usted…?
–¿Sí, hija?
–su expresión y tono de voz eran cándidos, tanto que sus regordetas facciones
parecían menos fuertes.
–Tengo miedo,
padre, no quiero renunciar a esta iglesia, pero… temo que… que… –di una honda
inhalación y levanté la mirada con las manos temblorosas–… que pueda ser la
siguiente.
El párroco
tragó saliva ruidosamente y se pasó la mano por el canoso cabello un par de
veces. Trató de tomar el cáliz para ponerlo en su lugar, pero sus movimientos
se volvieron torpes y terminó por derramar un poco de vino consagrado sobre el
mantel blanco que había dispuesto sobre el altar.
–Hija, no…
debes preocuparte. No eres tan… mayor como ellos, y… no… creo… que conozcas a
ningún duque –soltó en un tartamudeo inconsistente que no permitía entender
bien lo que trataba de decir.
¿Duque? No
habían duques en Argentina desde que el gobierno se había deshecho de los
monarcas españoles y había dado paso a un supuesto mandato del pueblo.
Dejé la
iglesia y me escabullí a mi hogar en las afueras solo para cambiar aquellas
incomodas prendas por un pantalón estrecho, un vestido purpura entallado de
faldas anchas que llegaban un poco más debajo de las rodillas y unos botines
cómodos para caminar hasta los principales lugares para alquilar coches y
algunos hoteles.
En los hoteles
no recibí ninguna información sobre algún duque, pero sí la recibí de un hombre
llamado Alberto, poseedor de un Hackney Coach que había sido traído hacía unos
años desde Londres en un barco de carga y que el mismo Alberto había reparado y
pintado para dejarle de tal forma que bien podría ser el carruaje de un monarca
Europeo por sus cuidados grabados y sus elegantes formas.
–Ahh, sí, sí,
el dichoso duque de Toledo. Llegó quien sabe cómo aquí porque no traiga
carruaje propio, y alquiló el mío porque es el más elegante–su postura cambió
de inmediato, se irguió tratando de imitar a un aristócrata y su mentón comenzó
a apuntar al cielo, lo cual se veía realmente gracioso considerando sus ropas
viejas y “pasadas de moda” –Llevaba muchos baúles, tanto que tuvo que alquilar
otra calesa que llevase solo baúles. Me pidió que lo llevara a una enorme casa
a las afueras, según pude entender la había comprado para su acompañante que
después me enteré era su hijo. Cuando se bajó me dijo que quería invertir en
vino, que si conocía algún buen viñedo le dijera; pero yo solo conozco lugares
donde venden botellas.
–¿Cuándo
llegó? –insistí, había hecho aquella pregunta al menos cuatro veces y sus
respuestas siempre iban a cuantos baúles tenía, cual más bellamente tallado,
cuan sublime eran sus trajes y cuanto le había pagado.
–Ummm… déjeme
ver. ¿Dos semanas?... No estoy seguro.
Más pronto de
lo que pensaba había adquirido a mi gran primer sospechoso. Sonreía para mis
adentros mientras enumeraba las casas en las afueras que hubiesen estado en
venta. No entendía como la policía había pasado por alto aquel gran detalle,
pues la llegada de un alguien en un momento casi tan exacto solo podría generar
sospechas.
–¿Dijo algo
más?
El hombre lo
pensó por un par de momentos antes de volver a abrir sus labios.
–Dijo algo
sobre el teatro. Su hijo dijo que no quería ir a ningún baile, y el duque le
respondió que si habían dado tanto dinero para reparar el edificio lo menos que
podían hacer era asistir a la fiesta para presentarse como los… ¿cómo fue?...
ah, sí, aquellos que habían salvado el viejo y querido teatro.
Tras aquella
recolección de pistas todo fue claro, para conocer a mi sospechoso debía
infiltrarme al baile mencionado que no fue difícil de encontrar después de
preguntar a varios artistas. El duque había hecho una generosa donación para
reparar el teatro y construir una nueva sala, que sería usada para el baile
antes de que fuesen dispuestas las sillas en la planta baja.
Fiesta a la que no debí haber asistido, pues
más me hubiese valido abandonar el caso sin importar cuantas victimas nuevas
salieran a la luz; pero, ¿cómo iba a saber que un simple baile iba a ser tan
contraproducente?
Hola, os he nominado a un premio para tu blog, lo puedes recoger aquí: http://retratodeunasesino.blogspot.com.es/2013/07/extra-premio-para-el-blog.html
ResponderEliminarD: me ha gustado. Enhorabuena! Te encontré en la comunidad de jóvenes escritores.
ResponderEliminarA ver si visitas mi blog :)
www.anthonyyl.blogspot.com
Hoola, me encanta tu historia, me encontré con este blog por casualidad, pero al comenzar a leer me quedé como enganchada, me encanta tu estilo de escritura, y ademas me encanta que mezcles trama criminal con un estilo mas fantasmal y gótico. ^^ Que sepas que tu trabajo es impresionante.
ResponderEliminarSi alguna vez necesitas algo contacta conmigo a esta dirección:
anastasiacarlintong@hotmail.com
Saludos y muchísima suerte
Tas